En un libro que Tamara Falcó debe haber leído se dice que “Más amargo que el sabor de la muerte es el corazón de una mujer despechada”. Esta sentencia versionada del Eclesiastés debe ser actualizada y sería más justo hablar de persona despechada, válida para ellos y ellas. No obstante, hay frases en la Biblia que todos, incluida Tamara Falcó, deberíamos apuntar.
“Bien sabes que muchas veces también tú has hablado mal de otros”, podemos leer igualmente en los textos sagrados. Como vemos, todas estas historias de amores, desamores y triángulos son más viejas que el Antiguo Testamento. Lo nuevo es la globalización, la fama salvaje, hacer caja con el regocijo y el calvario. Forrarse con el despecho, vender igual la rabia y el cariño. La comedia y la tragedia. Venderlo todo.
A Tamara una alegría le vale como percha para posar en un Photocall bien pagado o grabar un docujolgorio sobre su vida Art Déco y vendérselo a Netflix envuelto en palacios de cuento y portadas del Hola, pedidas de mano y anuncios de boda dulces y rosas como el algodón de azúcar del parque de Atracciones. La desconcertante puesta en escena de la rentable personalidad que exhibe Tamara bascula entre la osadía extrema, la ingenuidad patológica y la imbecilidad hilarante pero la hija de Isabel Preysler no es imbécil, es catedrática de una asignatura llamada Fama y Negocio, un business que, dado el volumen que mueve, deberíamos tomarnos algo más en serio en las escuelas de negocios. Le vale todo: en su teatro conviven la comedia y la tragedia, y cobra entrada en todas las funciones.
Si el novio cañón se da un pico treintañero de festival y ella se siente engañada y humillada, porque el vídeo del morreo lo ha visto más gente que a Messi en Qatar, también le vale: hace más Photocalls y los cobra más caros, prepara segundas temporadas de su existencia caramelizada, ahora con toque de docudrama, pero con su sello e hilo conductor: decir “O sea” todo el rato, mostrar su sonrisa impostada y forrarse. Pero no solo ella: Tamara es una máquina de forrar y convierte en oro todo lo que toca; sus novios podrían llevarse un pico (de dinero) si quisieran ser influencers, comparecer en televisiones o revistas. Íñigo Onieva no ha aceptado ninguno de los cheques en blanco que le extendieron, probablemente porque no le hace falta. Pero, una vez tocado con la varita mágica de la marquesa filosofal se ha convertido en personajazo. Y eso en los tiempos que corren te garantiza una lucrativa carrera como influencer, o si lo deseara, una silla en los programas de Ana Rosa Quintana o Sonsoles Ónega, o mesa en muchos restaurantes. Hugo Arévalo, el nuevo amigo de Tamara, una “rata”, según el anterior novio de la aristócrata, tampoco es pobre y por eso no le hemos visto aún sentado con Jorge Javier Vázquez contando los detalles escabrosos de sus relaciones, como Alba Carrillo, que tiene “un hijo que mantener”, o enseñando las muescas de su pasión, con los pantalones bajados, como hacía Boris Izaguirre en la misma cadena, antes de ser amigo de Tamara y la madre que la parió, en las inolvidables Crónicas Marranas, las de Sardá, no las Marcianas de Ray Bradbury.
Como sucede con los afectos, cada uno tiene sus preferencias literarias. La Biblia es una buena idea siempre pero esta máquina de forrar llamada Tamara Falcó podría incluir a Charles Bukowski en sus lecturas. Ese otro dios podría ampliar el vocabulario limitado de Tamara, o sea. Tiene un libro de poemas Bukowski titulado El amor es un perro del infierno, antología sin concesiones tan ácida, corrosiva y cínica como el absurdo cotidiano que protagoniza Tamara. Pero más sórdido y menos impostado. Nos cuenta en qué pueden convertirse las relaciones o la condición humana. La moraleja es que el desafortunado en amores puede ser afortunado en el juego.
Tamara Falcó es, por mucho que lo disfrace, una perdedora en el tablero del romanticismo pero sin duda es ganadora en el terreno de los negocios mediáticos, en el famoseo. Y una de sus virtudes es que monetiza sus vivencias casi mejor que su madre. Aunque tal vez Preysler conoce exquisitamente los sabores del amor y la pasión, más que su hija. Y a sus 38 años filipinos (menos edad de la que ahora tiene Tamy) ya tenía cinco hijos de tres maridos distintos.
Nunca se sabe pero no me pega que Bukowski sea uno de los autores preferidos de la hija de Carlos Falcó. Aun así, Chinaski puede aportar herramientas medio siglo después de muerto para ayudarnos a comprender el verdadero universo de la marquesa, más soez de lo que nos venden, precisamente porque la sinceridad brutal del autor de La máquina de follar es lo contrario de la ex de Íñigo Onieva.
Y porque el escaparate vital de esta portada viviente del Hola llamada Tamara nos muestra sus días brillantes de lujo y esplendor, pero no su verdadera ira, sus noches sufriendo el desamor, llenas de ratas rabiosas y cortando su sonrisa televisada con una cuchilla de afeitar que se llama soledad. Porque por las noches Tamara está sola otra vez y la imagino triste.
El retrato oculto de Tamara no es la imagen que sostiene su negocio de famosa, su vida de cartón, falsa y frágil. García Lorca decía que “la vida no es noble, ni buena, ni sagrada”. Y el business mediático que nos embruja y llena los bolsillos de Tamara no es toda la verdad. Es seguro que gana dinero vendiendo una vida, pero tal vez no es la auténtica, tal vez la beata Tamara sea una persona atormentada que vive el calvario de su verdad cuando al acostarse reza y se quita su disfraz de marquesa feliz.