La muerte de María Teresa Campos ha desencadenado, como es lógico, una DANA de reacciones que ha inundado de elogios hacia la periodista fallecida los medios en general y las televisiones en particular. En los programas, naturalmente, con la finada casi de cuerpo presente, las alabanzas a su figura eran la consigna, incluso en Telecinco, donde recordaron que aquella fue su casa.
Otra cosa hubiera chirriado, como sucedió en el plató de Telecinco cuando Lequio se alteró para reivindicar que Ana Rosa Quintana es la reina de las mañanas después de escuchar a sus compañeros cubrir de gloria a Teresa. La televisión se devora a sí misma y este 5 de septiembre la madera que alimentaba la caldera del share tenía nombre de santa.
Teresa no lo fue, por mucho que en las tristes horas posteriores a su fallecimiento, la mayoría de los discursos fueran dirigidos a glosar su descomunal trayectoria, su indiscutible nivel profesional, a la altura de los mejores, o que fue pionera, valiente y generosa. Todo cierto. Es justo repetirlo.
Pero María Teresa desde luego no fue una santa, como decíamos. Eso lo saben casi todos los que trabajaron con o contra ella, incluidas sus hijas, y este martes lloraban su marcha y aplaudían sin fisuras su legado.
Más allá del respeto debido, las condolencias hacia sus familiares y la admiración para con una periodista de pies a cabeza, este martes de duelo asistimos a algunas escenas de cariño hacia María Teresa, tal vez empalagosas en algún caso o que huelen a impostura, que es como se llamaba antes al postureo.
Es normal en el contexto de una muerte tan reciente y es lo que toca para arrastrar espectadores, claro. La propia María Teresa habría hecho lo mismo aunque lo hubiera hecho seguramente mejor que sus palmeros póstumos. Sin embargo, algunos halagos y despedidas han causado cierta sensación de vergüenza ajena entre quienes fuimos testigos de algunas batallas de la fallecida con profesionales del medio televisivo. Porque hubo un tiempo en el que la comunicadora fue machacada e insultada desde Mediaset. Mercedes Milá, que sabe muy bien de lo que habla, apuntaba a Vasile. El ex jerifalte de Mediaset, que se refirió a su empleada con aparente cariño, se acordó, con un cinismo propio de un guion de Coppola o Scorsese en alguna de sus obras maestras, de cuando María Teresa le insultó. «Me llamó gilipollas en directo. Lo entiendo. Siempre pensé que desde su punto de vista tenía razón. Luego, con el tiempo, todo se calmó y ella volvió a la cadena», declaró en Abc.
La verdad es que la periodista reventó un día en pleno directo después de meses de ataques contra ella y su familia ordenados por el capo de los Berlusconi en España. Vasile decidió, cuando María Teresa dejó Mediaset para irse a Antena 3, que había que destruirla y usó el poder de sus cadenas y a algunos de sus guiñoles para tratar de machacarla. En aquel tiempo, las ráfagas de disparos que ella recibía (muchas veces usando a sus hijas para hacerle daño) afectaron a su salud. Incluso sufrió un cáncer que le costó superar.
Uno de los soldados que ejecutaron el mandato del romano se llama Jorge Javier Vázquez, otro que este martes, para proclamar su admiración por María Teresa de cara a la galería, paró por un momento de telefonear a famosos para suplicarles que se dejen entrevistar en esa copia de El Hormiguero llamada Cuentos Chinos con la que pretende borrar del mapa a Pablo Motos. Así se despedía de su amiga o enemiga: «Querida Teresa, cuando era un adolescente te veía desde el comedor de mi piso de San Roque y fuiste compañía y apoyo en esos años complicados en los que un adolescente se está descubriendo. Mujer comprometida y profesional indiscutible. Nuestras peleas han sido tan épicas como nuestras reconciliaciones. Desde hace años formas parte de la Historia de la Televisión de nuestro país con mayúsculas pero, por encima todo, y más importante, eres parte de nuestra memoria. Descansa. Te quiero».
No hace falta retroceder demasiado en los archivos ni en las hemerotecas para listar el interminable rosario de barbaridades que La Fábrica de la tele (y otros muchos en Mediaset) dispararon contra las Campos mientras Vasile repetía aquello de leña al mono hasta que hable inglés o que Roma no paga traidores.
¡Qué tiempo tan feliz!
Es verdad que además de llamar «gilipollas» al italiano, María Teresa puso aquellos bombardeos de maldades en manos de los tribunales. Las querellas se acumularon y Vasile, siguiendo su costumbre, se adelantó a las sentencias que iba a perder y pactó con su víctima. Para entonces, María Teresa ya había terminado con su aventura en Antena 3, tan tortuosa como bien pagada. Y aceptó la mano tendida del Ceo vengativo, ahora conciliador. Repartió limosnas y programas Vasile entre las Campos, que pasaron de ser enemigas a destruir a hijas pródigas. A Terelu, a quien le habían hecho la vida imposible con vídeos íntimos, terribles comentarios y ataques crueles, la cambiaron también sus querellas por trabajo.
Aparte de ¡Qué tiempo tan feliz! Y otros espacios, Vasile acabó arrastrando a todo el clan por su cadena, incluso con aquel realitie a lo Kardashian pero con porras y churros. Lo demás ya lo sabemos: la madre se quedó sin trabajo, Carmen Borrego se prestó por dinero a todo tipo de humillaciones, Terelu pilló silla en Sálvame y acabó militando por la causa, hasta que se cargaron el magacín, y ahora nos queda Alejandra Rubio los fines de semana trabajando para la productora de Ana Rosa Quintana.
Aparte de esto, todos los que hemos estado en platós con María Teresa Campos, además de percibir su descomunal potencia como comunicadora, sabemos que tenía a veces muy mal humor y había días que era bastante déspota para trabajar. A su hija Carmen Borrego, a la que tuvo como directora, la humilló muchas veces, y la montaba unos pollos en medio de la redacción que todo el que estuviera presente recuerda.
Pero, como dice un ex directivo que tuvo el privilegio de coincidir con María Teresa en su apogeo, lo que realmente importa es si Teresa disfrutó de la vida, y creemos que sí. A pesar de sus malos momentos, que los tuvo. También es muy probable que hiciera más bien que mal a la gente y es seguro que enseñó a muchos. Y, por encima de todo, informó, entretuvo, y era muy divertida: hizo pasárselo bien a su fabulosa audiencia, que estaba a gusto con ella. De ahí que fuera una persona tan querida, de la que casi toda España guarda recuerdos felices y que estuvo ahí para acompañar.